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El laberinto de la guerra en Yemen


Por Javier Luengo




A miles de kilómetros de Madrid y con un mundo preocupado y ocupado con la pandemia de la COVID-19 se encuentra un pequeño país, enclavado en el margen izquierdo de la península arábiga, Yemen. Un territorio en guerra desde hacer ya más de un lustro, donde la crisis de este virus ha dejado más estragos de los que ya son capaces de registrar

las autoridades civiles y los observadores internacionales.


Como en el laberinto del Minotauro. Esa es la situación que se vive en Yemen desde el estallido de la guerra civil en 2015. En aquel momento comenzaron los sufrimientos de la población tras el golpe de Estado de 2014 contra el presidente Al-Hadi.

Una realidad sin puerta de salida en la que se enfrentan dos partes radicalizadas, los separatistas del sur y las fuerzas leales al Gobierno de Adén. Un conflicto encallado y recrudecido en los últimos meses como consecuencia directa del deterioro de la situación humanitaria y el nuevo orden político de alianzas que se está tejiendo en Oriente Medio a raíz de los nuevos pactos entre Israel y algunas de las monarquías árabes de la zona.


¿Por qué está Yemen en guerra?


Yemen es uno de los países árabes más pobres del mundo. Y como la experiencia y la historia nos han hecho conocer, el hambre lleva a la desesperación y la misma al conflicto. En este vasto territorio bañado por las aguas del Mar Rojo al oeste y las del Arábigo al sur, los combates por el control del país han sido una constante desde 2014 dejando tras de sí más de 14 millones de yemeníes en situación de pobreza extrema según los últimos datos publicados por Naciones Unidas.

Organizaciones internacional humanitarias como Save The Children hablan de más de 85.000 víctimas menores de edad como consecuencia de la malnutrición a la que se enfrentan una gran mayoría de las familias yemeníes.

Pero ¿cómo se ha llegado hasta aquí? Para conocer la respuesta tenemos que retrotraer hasta la Primavera Árabe del 2011, cuando un levantamiento contra el por entonces presidente dictador del país, Ali Abdullah Saleh, obligó a éste a dejar el país en manos de su vicepresidente, el por entonces demócrata, Abdrabbuh Mansour Hadi.

Con la esperanza de un nuevo régimen por bandera, Yemen comenzó entonces un periodo de transición pacífica que no duró mucho. El flamante Hadi se tuvo que enfrentar a numerosos problemas internos con la lucha contra Al-Qaeda como protagonista. Sin embargo, los movimientos proindependentistas del sur, la corrupción endémica, la inseguridad alimentaria y el hecho, todo hay que decirlo, de que gran parte del ejército seguía siendo leal al expulsado Saleh, llevó a Hadi a acabar su gobierno de mala manera.

El movimiento hutí, que defiende a la minoría chiita zaidí de Yemen aprovechó la debilidad del nuevo presidente para tomar el control de la provincia de Saada (al norte del país) y las zonas cercanas.

En el resto del país, desilusionados por la transición, apoyaron a los hutíes, y entre finales de 2014 y principios de 2015 los rebeldes tomaron Saná, la capital, forzando a Hadi a irse al exilio.

Ese mismo año, Arabia Saudita, preocupada por el rápido avance de los utíes en su frontera con Yemen, decidió apoyar militarmente al Gobierno derrocado lanzando una campaña militar aérea para restaurar en el ejecutivo a Hadi. Una decisión que no fue casual, como ninguna siempre que hablamos de política internacional, y es que Arabia Saudita en aquel momento trataba contra viento y marea de frenar el avance de Irán, su peor enemigo en la región, hacia el control de la salida de la península arábiga al Océano Pacífico.

Sin embargo, Arabia Saudita sabía dónde se metía y por ello decidió no ir sola al frente. La «coalición» como comúnmente se conoce a la unión de Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Egipto y Jordania, pero también a Marruecos, Sudán y Senegal, trató desde el primer momento de frenar el avance de Irán junto a la ayuda logística y de inteligencia de los Estados Unidos, Reino Unido y Francia; países que ahora se enfrentan a posibles crímenes de guerra por apoyar los bombardeos y las incursiones aéreas de la «coalición» en contra de los grupos armados de Al-Qaeda y Estado Islámico.


Arabia Saudita no sabe cómo salir de Yemen


A finales de 2019, Arabia Saudita parecía determinada a dejar Yemen tras las múltiples derrotas sufridas. No obstante, el tiempo nos ha demostrado que esto no ha sido así y es que a comienzos de 2020, con el plan de paz con los huzíes en las últimas y preparado para la firma de uno de los tratados de paz más importantes de los últimos tiempos, todo se vino abajo.

Una ofensiva militar de los huzíes en el noreste del país, a solo 60 kilómetros al este de Saná, la ciudad más poblada de Yemen, puso negro sobre blanco la falsa estabilidad que vendía la región y que ansiaban conseguir las dos partes implicadas, o eso es al menos lo que decían en público.

Y es que apenas unas jornadas después tomaron la mayor parte de la región de Al Yauf cortando el acceso de Yemen a Arabia Saudita y poniendo en peligro las plantas petrolíferas y gasísticas de Marib, las más importantes de toda la península. Los saudíes replicaron intensificando los ataques aéreos, y los combates terrestres aún continúan.

Pero a pesar de todo, el pasado 9 de abril, con la pandemia de la COVID-19 ya amenazando, los saudíes se mostraron determinados a cerrar este capítulo bélico de su historia izando la bandera blanca e imponiendo, de manera unilateral, un alto al fuego que se extendió, por cuestiones religiosas, hasta después del Ramadán.

Los huzíes respondieron. No querían quedar ante el mundo como los guerrilleros que rechazaban la paz y, en consecuencia, alargaban y empeoraban la situación social y económica de Yemen.

Se propuso en proyecto de paz entre los huzíes y Arabia Saudita. En él se dejaba fuera de la negociación al caído expresidente Hadi y se emplazaba a ambos bandos a futuras conversaciones de paz para decidir cuál sería el futuro político de Yemen. Una idea que no cuajó.


«La mayor crisis humanitaria del mundo»


ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ha calificado en su último informe la situación sobre Yemen como «la mayor crisis humanitaria del mundo».

Los últimos datos a los que hemos podido tener acceso son de 2018 cuando se reportaron más de 4.800 civiles muertos o heridos en el país. La quinta parte eran niños.

El conflicto ha obligado a casi el 15% de la población (alrededor de 4,3 millones de personas) a huir de sus hogares. Esto incluye a 3,3 millones de personas que permanecen desplazadas en todo el país.

Datos que no se han podido actualizar en los últimos años debido a la falta de comunicación entre los huzíes y la Organización de las Naciones Unidas. Problemas en los recuentos y, todo hay que decirlo, una falta manifiesta de interés en el conflicto.


Yemen es uno de los países donde la hambruna podría cobrarse la vida de millones de personas, un efecto secundario de la pandemia de COVID-19, que causó un derrumbe de la producción y de las exportaciones alimentarias mundiales, una caída del financiamiento humanitario internacional, etc.

Factores que no hacen más que vencer, de manera significativa, la balanza en contra de la población civil yemení. En el país inmerso en una crisis sanitaria endémica no solo por la COVID-19, cuyos casos ascienden, según cifras oficiales - y subestimadas - a 233 casos; sino también a raíz de otras emergencias en marcha como la del cólera, el dengue, el paludismo y otras enfermedades que alcanzan las cifras pandémicas y a las que no se les hace hoy caso.


Una unificación maltrecha


Como si no bastara con todas estas catástrofes, a finales de abril el país sufrió unas devastadoras inundaciones que afectaron a las principales ciudades, Saná, Adén y Marib. Se cortaron los servicios básicos de agua y de electricidad de millones de personas. Y pese a que la cifra de fallecidos no fue elevada, muchas de las personas que ya vivían y convivían con la hambruna y la falta de bienes de primera necesidad, vieron como las riadas de agua se llevaron todo por delante, dejando las paupérrimas reservas alimentarias que habían conseguido reunir para el Ramadán.

El 22 de mayo, Yemen cumplió 30 años de la unificación (pacífica) entre la República Árabe de Yemen y la República Democrática de Yemen que tuvo como resultado la República de Yemen tal y como la conocemos hoy. Debería ser esta efeméride motivo de celebración, aunque no parece que vaya a ser ese el caso en las próximos años.

La mayor parte de los yemeníes nacieron después de 1990, es decir, no tienen ningún otro recuerdo de un país previo a la unificación. Un país donde la gente luchaba por la libertad, la democracia y la prosperidad del Estado del Bienestar. Una lucha frustrada por dinero y religión, por intereses del países que ni siquiera saben dónde se encuentra Yemen en el mapa, pero que sí que quieren hacerse, a toda costa, con sus reservas energéticas.

Una lucha que llevó a Yemen la oscuridad y que todavía hoy no ha permitido encender ni una miserable linterna por motivos que la sociedad civil ya ni entiende, ni quiere entender. Porque ellos, lo único que ansían es la paz.



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